lunes, 7 de noviembre de 2011

Nothing to declare

Le sientan tan mal los aeropuertos. Cada vez que pisa uno se siente desprotegido, débil, como si en cualquier momento fuera a venir alguien a gritarle "eh tú, ¿qué haces? ¡fuera de aquí!", y entonces se iría con el rabo entre las piernas y olvidándose las maletas. Mientras aparece el gritón se sentará en cualquier esquina gris y funcional a no-escuchar ninguna de las canciones nuevas que ha cargado en su reproductor, a no-leer ningún capítulo del libro que escogió con mucho cuidado antes de salir porque por fin iba a tener tiempo para dedicarse a la lectura. No hará ninguna de esas cosas porque está en un aeropuerto, lo que significa que tiene que perder el tiempo, matarlo hora a hora sin hacer nada, pero con kilos y kilos de cosas que hacer.

Entonces y sin pensarlo se va a poner a pensar, a reconstruir conversaciones, a inventarse otras nuevas, a arreglar sus mundos, a preguntarse cómo funcionan las cámaras de fotos. Todo mientras inspecciona sin darse cuenta los duty-free y las tiendas de marca, aunque sabe que no va a comprarse un polar de Timberland, y menos en esa terminal.

Mientras tanto sigue temiendo que aparezca el gritón o pase algo mucho peor, aquí o en el avión. "Porque -piensa- qué se puede esperar de un edificio que se llama terminal, como si no tuviera ninguna cura". Entonces va a acordarse de todas las historias horribles que le contaron sobre retrasos y turbulencias, y piensa que no quiere protagonizar ningún capítulo de Perdidos. Después de todo eso se pondrá en la cola como el resto, y verá pasar antes que él a mujeres con carritos de bebé, o a dos mujeres discutiendo por quién llegó antes. Sólo entonces se dará cuenta de que le encantarían los aeropuertos, los duty-free, los polares de Timberland, incluso los gritones, si tuviera a alguien esperándolo en el aeropuerto de llegada.

A ver si alguien le dice alguna vez, o se le ocurre que podría (incluso) conocer a ese alguien en un aeropuerto. Que podría (incluso) ser un gritón, una gritona. Que podrían gritarse siempre que quisieran, con los decibelios por las nubes, a la altura de los aviones.

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